Finalmente, Donald Trump ha quemado todos sus cartuchos para impedir el triunfo de Joe Biden. El 14 de diciembre los miembros del Colegio Electoral le otorgaron el triunfo al demócrata con 306 votos y con 232 a Trump. El último intento por mantenerse en la Casa Blanca consistió en interponer una demanda –por medio del fiscal general de Texas, con el apoyo de 17 estados– para que se anularan los votos en los estados de Georgia, Michigan, Pennsylvania y Wisconsin, donde Trump había perdido la votación por poco margen. Sin embargo, esta fue rechazada categóricamente por la Corte Suprema de Justicia el pasado viernes en la noche, con lo cual quedó expedito el camino para el nombramiento de Biden.

Si bien la mayoría de jefes de Estado saludó el triunfo de Biden tan pronto se dieron a conocer los resultados de las elecciones del 3 de noviembre, el mundo recién puede respirar aliviado por no tener que presenciar más el bochornoso espectáculo coprotagonizado por Trump y su abogado, Rudolph Giuliani, en el que interpusieron demandas, basadas en hechos falsos, en cuanta instancia fue posible para invalidar los resultados. Asimismo, por descartar definitivamente la posibilidad de interactuar, por cuatro años más, con un presidente cuya conducta ha sido calificada por profesionales de la salud de su país de psicópata. Lo preocupante, en realidad, es que haya recibido 74 millones de votos y, solo en su campaña para anular la elección, 208 millones de dólares. Le servirán para la próxima si no va preso por las investigaciones que lleva adelante la fiscalía de Manhattan sobre la Organización Trump. Los indultos presidenciales preventivos que Trump evalúa otorgar para sí mismo y para sus hijos, su yerno y su abogado no les servirán de mucho puesto que estos solo ofrecen protección contra delitos federales, pero no contra los estatales o locales.

Ya no hay excusa para que no saluden a Biden los presidentes que aún no lo han hecho: Rusia –acusada de interferir en las elecciones de 2016, que dieron la victoria a Trump–, Brasil y México. Jair Bolsonaro ha dicho que “realmente hubo muchos fraudes” en las elecciones de Estados Unidos y que “él tiene sus propias fuentes” mientras que Andrés Manuel López Obrador ha señalado que quiere ser “respetuoso de la autodeterminación de los pueblos” y se “terminen de resolver los asuntos legales”.

Se especula que el silencio de AMLO se debió a un pacto con su colega Donald Trump para retirarle los cargos por narcotráfico, corrupción y lavado de activos al general Salvador Cienfuegos, exsecretario de Defensa de México durante el gobierno de Enrique Peña Nieto (2012-2018). Cienfuegos fue arrestado en Los Ángeles a mediados de octubre a petición de la Agencia para el Control de Drogas estadounidense (DEA). Su liberación, un hecho sin precedentes que AMLO explica por la confianza que se tiene en la justicia mexicana, fue ordenada por Trump a William Barr, Fiscal General de Estados Unidos, a pesar que se asegura que las pruebas en su contra son sólidas.

Salvo estos detalles, la transición del gobierno ya se ha iniciado. Los desafíos para Biden en el plano interno y externo son enormes.

Biden tendrá que hacer un trabajo de filigrana para recuperar el liderazgo internacional que Trump le regaló a China durante su mandato al abandonar la institucionalidad multilateral en todos los ámbitos. Apoyada por las voces de la comunidad internacional, China aprovechó el espacio e hizo gala de la defensa del libre comercio y del multilateralismo y del rechazo al unilateralismo y al proteccionismo.

El presidente electo retomará la agenda de la política exterior de Barack Obama. Es decir, impulsará la cooperación internacional y la alianza con sus aliados europeos. Ha anunciado que volverá al Acuerdo de Paris, a la Organización Mundial de la Salud, al Acuerdo Nuclear con Irán —firmado tras arduas negociaciones en julio de 2015— revitalizará la Organización Mundial del Comercio, la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, entre otras, abandonadas por Trump. Las elecciones en el estado de Georgia el próximo 5 de enero en donde se definirán dos bancas en el Senado, definirán el control de esta Cámara por el partido demócrata, lo cual es clave para muchos de estos aspectos.

Mientras reconstruye el andamiaje institucional que su antecesor destruyó verá funcionar la Asociación Económica Integral Regional (RCEP), el área de libre comercio más grande del mundo, creada en Hanoi, el 15 de noviembre por los miembros de la Asociación de Países del Sudeste Asiático (ASEAN), además de China, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda. La idea de formar la RCEP nació en 2012 como una respuesta de China para contrarrestar la influencia que Estados Unidos estaba tomando en Asia-Pacífico bajo el gobierno de Barack Obama.

En efecto, Obama lanzó en 2010 la negociación del Acuerdo de Cooperación Transpacífico (TPP) una suerte de Tratado de Libre Comercio entre doce países, entre los que se encontraban tres latinoamericanos (Chile, México y Perú), suscrito en 2016. Solo faltaba la ratificación por los respectivos Congresos. Pero abandonarlo fue lo primero que hizo Trump cuando asumió el gobierno, en enero de 2017, aludiendo que este perjudicaba a los sectores manufactureros de su país, lo cual es cierto. Bajo el estandarte America First, adoptó una estrategia guerrerista con China no solo en el ámbito comercial —que no le ha dado ningún resultado—, sino también en el tecnológico, militar y diplomático.

No es realista pensar que Biden reactive el TPP negociado por el gobierno de Obama. Las condiciones han cambiado y hay un reconocimiento implícito del fracaso del carácter neoliberal de la globalización, incorporado en los Tratados de Libre Comercio, hecho que finalmente determinó el triunfo de Trump en 2016. Biden ha anunciado que privilegiará el empleo y la fabricación de manufacturas en su país, bajo el lema “hecho en Estados Unidos”. Durante la campaña anunció que penalizaría a las empresas estadounidenses que trasladen los trabajos de fabricación y servicios al extranjero y luego vendan sus productos en Estados Unidos. En esencia, no hay mucha diferencia con Trump en este punto. Es una suerte de proteccionismo más educado.

Biden intentará, asimismo, superar las tensiones con la Unión Europea, su aliada estratégica. La aspiración de Biden de fortalecer la alianza con la Unión Europea, se dará en un escenario en el que China se ha convertido, este año, en su principal socio comercial al destronar a Estados Unidos. Todo parece indicar que la tendencia se mantendrá, y que serán crecientes las inversiones recíprocas y el intercambio tecnológico con el país asiático. La crisis sanitaria, económica y social por la que atraviesa Estados Unidos, le restará fuerzas para frenar la presencia china, tal como lo hizo Trump.

¿Y América Latina? Salvo algunas excepciones, probablemente no ocupe un lugar central en su agenda. ¿Continuará Biden con la imposición de la doctrina Monroe en la región? Este será el tema de la próxima publicación.


(Foto: Andina)